La temperatura siempre ha sido un indicador que sirve como referencia tanto para los humanos, los animales, la naturaleza en su conjunto e incluso las máquinas. Por tanto no es de extrañar que podamos utilizar el símil también para un concepto macroeconómico, como es la inflación.

De hecho, al igual que la temperatura, en sus polos extremos, es garantía de una situación anómala, que causa daños importantes a quien lo padece. Ahora que tanto se habla de los efectos del cambio climático, sólo tenemos que analizar las situaciones de calor extremo o de frío extremo, para comprobar los daños materiales y humanos que causa.

Con la inflación sucede exactamente lo mismo. Las situaciones anómalas en las economías de cada país, o de un conjunto de países, como sucedió con la pandemia, hacen que la inflación se extrema hacia arriba, con ejemplos como Venezuela en la actualidad, o hacia abajo, situándose en negativo, como nos sucedió el año pasado, en plena recesión mundial por la pandemia.

Desde los mínimos alcanzados hace un año, ahora se ha desbocado subiendo, de ahí que los responsables de los Bancos Centrales de los países occidentales, estén tan atentos a su evolución, para decidir, como médico que busca regular la temperatura de un paciente que ha pasado de hipotermia a fiebre severa, que medicación aplican, es decir, que medidas de política monetaria van a ir aplicando.

El Banco Central Europeo, en línea con lo que la Reserva Federal americano hizo hace unos meses, ha establecido en el 2% el objetivo de inflación para la Zona Euro. Con ello la sube ligeramente, respecto a los comentarios que había realizado hace unos meses, de que se sentían cómodos con una inflación ligeramente por debajo del 2%. Hacía casi dos décadas que desde el BCE no se pronunciaban sobre un objetivo concreto de inflación, sobre el que analizar las medidas concretas a aplicar. Por ello se han comprometido a volver a revisar el objetivo, de forma oficial, en 2025.

Los expertos consideran que la inflación se moverá en torno al 1,4% ó el 1,5% hasta 2023, 2024. Por ello, junto con la flexibilidad que ha mostrado la presidenta del BCE, respecto a las desviaciones positivas o negativas sobre dicho objetivo, el mercado lo está interpretando como que los tipos de interés van a seguir siendo muy bajos durante bastantes años.

Esta realidad, tranquiliza a los mercados financieros, porque confirma que el BCE no está dispuesto a dañar la incipiente recuperación económica de la Zona Euro. Los analistas y economistas, tienen muy presente en sus análisis, que el mundo está muy endeudado, por lo que cualquier cambio en la política monetaria, que suponga cambios en la política monetaria, puede afectar de forma importante a las economías.

Con esta decisión del BCE, lo que de nuevo están haciendo el banco central, es ayudar a los gobiernos y empresas, a ganar tiempo, para poner en marcha las reformas que sean precisas, para que la economía crezca y se reduzcan los niveles de endeudamiento.

Según algunos economistas, los niveles de deuda pública sobre PIB, no deberían superar el 60%. Este nivel incluso está por encima de lo que establecían los acuerdos de Maastricht para entrar en el selecto club de la Zona Euro en 2002. Si tenemos en cuenta que países como España, que antes de 2008, su nivel de deuda no llegaba al 40% y ahora está cerca del 130%, nos podemos hacer una idea, de por donde van a ir los presupuestos generales del Estado en los próximos años.

A la luz de todo ello, sumados los daños estructurales que nos ha provocado la pandemia, que han agravado los que ya teníamos, resulta sencillo entender que tendremos por delante años de muchos impuestos, trabajo y esfuerzo, para poder enderezar la situación.

Posiblemente la gran mayoría de los ciudadanos estén preparados para ello, el gran interrogante están en el papel de los líderes políticos, tanto a nivel nacional, como regional o provincial. El reparto y gestión eficiente de los fondos de recuperación son decisivos, para poner en marcha la maquinaria.

En cualquier caso, nuestro país tiene una historia de recuperaciones económicas brillantes, desde la guerra civil, por tanto, aunque el nivel de los gestores de lo público no invite demasiado al optimismo, salvo honradas excepciones, lo cierto es que las historias de éxito de los españoles si lo son. En esta ocasión debemos poner a trabajar nuestra capacidad de resiliencia más que nunca, a nivel individual, porque eso es lo que hace que tengamos éxito como colectivo.