Siempre se ha creído que detrás de las desgracias y todos los reveses que nos encontramos en la vida, hay grandes enseñanzas, que ayudan a renacer con más fuerza, tanto a las personas como a las sociedades.

Cuando se habla de la pandemia, se la compara constantemente con la segunda guerra mundial, por las secuelas económicas a nivel internacional que se están produciendo, algo que no sucedía desde mediados del siglo pasado.

En este momento histórico, al igual que en los anteriores de semejante gravedad, emergen líderes en los distintos estamentos sociales, que ayudan a sacar todo lo bueno que necesitan las sociedades, para levantarse y curarse las heridas. Tal vez sea pronto para afirmar que Mario Draghi será uno de esos líderes, como ya lo fue en la crisis financiera de 2008, pero hay indicios reales de que puede ser así.

El nuevo primer ministro italiano, que ha contado con el apoyo casi unánime del parlamento y por tanto de la gran mayoría de los italianos, está sentando cátedra, desde el primer momento que aceptó el encargo del presidente de la república, para formar el gobierno que necesita Italia para “reconstruir el país como tras la guerra”.

En su discurso de investidura en el Senado, ha formulado las directrices sobre las que va a cimentar su trabajo: “Hoy la unidad no es una opción, es un deber guiado por nuestro amor al país”, “Cada despilfarro actual es una injusticia que cometemos con las generaciones futuras, un secuestro de sus derechos” “Gobernaré con la esperanza de que los jóvenes italianos que ocuparán nuestro lugar, incluso aquí en esta Cámara, nos agradezcan nuestro trabajo y no nos reprochen nuestro egoísmo”

Estas palabras en boca de Mario Draghi cobran especial fuerza y dan esperanza, porque ya ha demostrado que es un líder fiable, que hace lo que dice y dice lo que va a hacer, con absoluta coherencia e integridad. En cuanto a la política económica que va a seguir, ha anunciado que bajará impuestos, eliminará trabas a las inversiones y reformará la administración pública para aumentar la productividad de los funcionarios.

La palabra egoísmo requiere una reflexión individual, para la vida de cada uno de nosotros. Los tiempos de crisis tan dura como la que estamos viviendo, donde la necesidad y el miedo a perder la vida, la salud o recursos económicos, llevan a las personal al límite, sin duda son los mejores para analizar si nos comportamos como personas egoístas o generosas. En cada actuación de nuestro día a día ¿pensamos también en los demás o sólo en nosotros mismos?, ¿el fin justifica los medios?, ¿servimos a los demás o les manipulamos para nuestros propios intereses? ¿pensamos en lo que generamos y compartimos o sólo en lo que recibimos? ¿ante las necesidades pedimos o robamos?

Las respuestas a estas preguntas y otras similares, nos retratarán sobre nuestro grado de egoísmo o generosidad. La violencia suele ser la reacción de los egoístas, en la mayoría de los casos, ante su orgullo herido, por el freno que suponen para sus pretensiones, las leyes y las normas, democráticas, éticas o morales, básicas para la  convivencia, con la libertad y la tolerancia, como base sólida sobre las que construir las relaciones personales.

¿Cómo se recuperaron los distintos países tras la desolación que dejó a su paso la guerra? Con ayudas de los aliados, con gestión eficiente de esas ayudas, con trabajo y productividad máxima, aderezado todo ello con grandes dosis de generosidad de los ciudadanos, cada uno en el puesto que ocupa en la sociedad, independientemente de la edad, sexo, religión, ideología o creencias. Esta vez no será diferente.