La semana se ha visto marcada en nuestro país, por el comienzo del registro de la jornada laboral, que ha nacido cargada de polémica, porque aunque es bien intencionada, su implementación difícilmente puede ser más compleja y desafortunada.

Parece difícil que se pueda conseguir el futuro prometedor para las próximas generaciones, si los asuntos económicos de nuestro país, continúan por la deriva en la que se están instalando.

Lejos de hacer las reformas que hace años recomendó el Banco Central Europeo, y ganar competitividad, para las épocas venideras, todo apunta a que estamos retrocediendo de forma alarmante. La Deuda Pública está en máximos históricos, superando los 1.200 millones de euros.

Nuestros niveles de productividad son los más bajos de la historia. La economía mundial se desacelera y la nuestra aguanta a duras penas, al tiempo que tiene desequilibrios importantes y datos interpretados de forma demasiado favorable.

Bruselas no se cree las cuentas que le ha pasado el Gobierno, en las que se incluyen subidas importantes de impuestos, pero ni con esas se va a contener el déficit público.

En nuestro sistema, se premia la baja productividad e ingresos bajos, al tiempo que se castiga, como proscritos, a los más productivos y que reflejan la realidad de sus ingresos, al margen de la economía sumergida.

A las empresas que generan puestos de trabajo, cada día se les ponen las cosas más difíciles, con más impuestos, más burocracia y menores incentivos. A todo eso hay que sumar la complejidad de sobrevivir en unos mercados absolutamente enloquecidos con cambios frenéticos, en los que ninguna actividad se ve inmune a la transformación.

Si la gran mayoría del empleo presente y futuro, lo tiene que generar el sector privado, porque el público está al borde del colapso, ¿cómo se va a conseguir si no se favorece la creación de empresas, la productividad de los trabajadores y la flexibilidad para la adaptación a los nuevos tiempos?

A todas luces se están adoptando medidas necesarias en la época de la revolución industrial, pero no para la revolución tecnológica, que amenaza con hacer desaparecer el 50% de los trabajos actuales, en un tiempo récord.

Con esta compleja y desafiante situación, nuestro mercado financiero está en absoluta desmantelación, nuestra nueva clase política posicionándose para vivir de ello en las próximas décadas, incluso con promesas que son mentiras desde el primer minuto, por imposibilidad de implementarse y la gran mayoría de los ciudadanos luchando cada día por llegar a final de mes, apoyar proyectos de futuro comprometidos e intentando sacar adelante las nuevas generaciones.

Si todos estos asuntos domésticos, se ven acompañados de mayor proteccionismo mundial, colapso en los mercados de deuda y recesión en las principales economías del mundo, los fantasmas de las consecuencias de la  recesión, provocada crisis financiera de 2008, serán una realidad, que traerá enormes daños económicos y sociales. A todas luces  evitables, con mejor gestión de los recursos públicos y privado. Como con lo público nada podemos hacer, vamos a ocuparnos de nuestras economías domésticas, para salir vivos, venga lo que venga.