Cada año, cuando celebramos las fiestas de Navidad, casi todo lo que hacemos es una tradición, porque se repite cada año.

Los belenes, los adornos de Navidad, los villancicos, la lotería, las celebraciones familiares y con amigos, el turrón, las fiestas, las luces de colores, las cabalgatas, las uvas… y cuando llega enero, también es tradición hablar de la cuesta de enero.

En los últimos años, para muchas familias la cuesta empieza en septiembre, por los gastos que supone el inicio del colegio para los más pequeños de la casa, o las universidades para los jóvenes. Todo ello después de haber vuelto de vacaciones, que suelen suponer una mayor esfuerzo económico en el presupuesto familiar.

Aunque nuestra economía esté creciendo a buen ritmo, lo cierto es que a las familias, cada año les cuesta más llegar a final de año y sobre todo ahorrar. Esta es una realidad que obliga a las familias a llevar a la práctica la realización de un presupuesto minucioso y elaborado, como si fuesen una empresa o un gobierno.

En el mes de diciembre de cada año, desde el punto de vista financiero, es saludable hacer un balance final al presupuesto familiar, para ver si se ha cumplido lo que se había estimado y llegar a conclusiones de por qué se ha cumplido o no. El mes de enero es el mes de hacer el presupuesto para el año que acaba de comenzar, estimando los gastos ordinarios, los extraordinarios que se van a tener e incluso dejar abierta la posibilidad de gastos imprevistos. En el otro lado, tendremos los ingresos estimados y como todo buen presupuesto, tras hacer una resta entre ingresos y gastos, analizar sin tendremos capacidad de ahorro o por el contrario habrá que tirar de ahorro de años anteriores o ajustar los gastos.

Esta tarea, que resulta muy costosa para la gran mayoría, por la falta de disciplina y costumbre, se hace realmente imprescindible para evitar bancarrotas en las familias y que las famosas cuestas de enero o septiembre, lo sean menos, porque todo presupuesto saneado ayuda a que casi todo esté previsto, lo que evitará gastos innecesarios que generen situaciones de tensión financiera. Por mucho que nos cueste aceptarlo, todo no puede ser y menos al mismo tiempo. Nadie se puede permitir el lujo de gastar sin control y sin previsión, sin pagar gravemente las consecuencias.

Cada presupuesto personal y familiar debe adaptarse a la realidad económica y financiera de las circunstancias personales. Esto hace que cada persona deba ser responsable de cómo gestionar sus asuntos patrimoniales, para evitar dañarse a sí mismo, así como a las personas que puedan estar a su cargo.

Dada la importancia que todo ello conlleva para nuestra salud financiera, debemos comenzar el año con el firme propósito de hacer el presupuesto que nos ayude y guíe la decisiones económicas y financieras del resto del año. Para ello también resulta muy recomendable que participen todos los miembros de la familia, para que sepan de la importancia de todo ello y se sientan parte importante, como realmente lo son, dado que toda unidad familiar está compuesta de personas, cuyas decisiones de ingresos o gastos, afectan al conjunto. De ahí que sea tan importante hacer conscientes y partícipes a todos sus miembros, para que la responsabilidad colectiva, sea la suma de las responsabilidades individuales de cada integrante.

Como verán, hablamos de sentido común y realidades, que aun pareciendo obvias, o tal vez por eso, pocas personas ponen en práctica y las cuestas de enero, o de cualquier mes, cada vez le resultan más empinadas y complejas.

Ya tienen otro buen propósito para este 2018. Ánimo para cumplirlos todos!