El que ha sido durante décadas un referente de buen hacer y discreción en sector financiero español, hace aguas desde hace años y ahora está pasando su particular vía crucis, que tal vez lo haga desaparecer de la escena nacional.

Cuando la crisis de 2008 se desencadenó, llevándose por delante a buena parte del sector financiero español y dejando muy tocados al resto, los expertos ya vaticinaban que el proceso de reconversión del sector sería largo, duro y que estaría por ver quienes sobrevivirían.

La indigestión de tanta financiación a inmuebles fallida, los tipos de interés negativo, la irrupción de las nuevas tecnologías y la mala fama del sector financiero, entre otras razones, están llevando al Banco Popular al borde de su desaparición. Esta situación nos demuestra claramente la vulnerabilidad de las entidades financieras, en su lucha por sobrevivir a las circunstancias y encontrar un camino futuro, que nadie sabe con certeza cuál será.

Ahora los accionistas del banco, están viendo como han perdido casi la mitad de lo que invirtieron en la última ampliación de capital. Ni hablar de los que vienen de más atrás, que podríamos decir que prácticamente lo ha perdido todo. ¿Cuál será su futuro? Nadie lo sabe. Amenazas de conflictos judiciales con los accionistas por la gestión llevada en los últimos años, complica la posible operación de compra. El Gobierno ya ha dejado claro que no va a intervenir con dinero público, sino que debe ser el sector privado quien resuelva la situación. El sector privado difícilmente va a poner el dinero para la anunciada ampliación de capital, de ahí que el Banco Popular parece un barco a la deriva, sin rumbo y con muchas rocas alrededor, que amenazan su supervivencia.

Los accionistas se preguntan qué hacer con sus acciones, y la respuesta lejos de ser alentadora, está entre el dramatismo de materializar pérdidas y la esperanza, más bien lejana, de que alguna operación corporativa, les permita recuperar algo de las pérdidas.

Como siempre que se producen están situaciones, los inversores deben sacar conclusiones para la gestión del patrimonio propio. La diversificación de activos y gestores es fundamental, la cultura financiera imprescindible y la independencia en el asesoramiento o gestión, la base de la confianza.

Dejarse llevar por el sentimentalismo en los asuntos financieros, suele salir muy caro. La realidad es que la historia está plagada de frustraciones entre los inversores, pero aun manejando la información de los fracasos, o teniendo experiencia, lo cierto es que muchos siguen cayendo en los mismos errores. Tal vez la explicación la encontremos en el famoso refrán de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, al que podríamos añadir, en lugar de dos veces, multitud de veces.

La única realidad es que la estabilidad patrimonial cuesta mucho conseguirla, pero es muy fácil perderla. De ahí que la garantía de tener un patrimonio y poder conservarlo durante toda la vida que nos quede, resulta cada vez más complejo, sin la ayuda de profesionales que ayuden con una buena planificación patrimonial, al tiempo que el inversor esté capacitado para entender dicha planificación, tenga cultura financiera y no se deje llevar por las modas.

La gran mayoría de los inversores huyen de todo lo que suena a preferente, estructura u otros conceptos financieros demonizados durante la crisis. Muchos de ellos se lanzan ahora en brazos de productos nuevos como las ETF,s u otro tipo de productos sintéticos, sin saber lo que hay detrás ni los riesgos que corren. La única argumentación es que son baratos, pero nadie repara en los riesgos. Cuidado cuando algo se compra de forma masiva, porque el vendedor sólo cuenta las bondades… ya sabemos cómo ha terminado eso, en la historia financiera.